Leyenda de la Virjen de Lujan (Patrona de la Argentina)




Desde el Brasil partió la imagencita de la Virgen de Luján, hoy venerada en la Basílica. Los acontecimientos se remontan al siglo XVII, cuando Antonio Farías Saa, un hacendado portugués afincado en Sumampa, le escribió a un amigo suyo de Brasil para que le enviara una imagen de la la Virgen en cuyo honor quería levantar una ermita.


En el año 1630 –probablemente en un día del mes de mayo– una caravana de carretas, salida de Buenos Aires rumbo al norte llevando dos imágenes, las que hoy conocemos como 'de Luján' y 'de Sumampa'. La primera representa a la Inmaculada y la segunda a la Madre de Dios con el niño en los brazos. Inmediatamente ambas imágenes emprendieron un largo viaje en carreta con la intención de llegar hasta Sumampa...


Aquí me quedo, decidió la Virgen


En aquel tiempo, las caravanas acamparon al atardecer. En formación cual pequeño fuerte, se preparaban para defenderse de las incursiones nocturnas de las bestias o los malones de los indios. Luego de una noche sin incidentes, partieron a la mañana temprano para cruzar el río Luján, pero la carreta que llevaba las imágenes no pudo ser movida del lugar, a pesar de haberle puesto otras fuertes yuntas de bueyes. Pensando que el exceso de peso era la causa del contratiempo, descargaron la carreta pero ni aún así la misma se movía. Preguntaron entonces al carretero sobre el contenido del cargamento. "Al fondo hay dos pequeñas imágenes de la Virgen", respondió.


Una intuición sobrenatural llevó entonces a los viajantes a descargar uno de los cajoncitos, pero la carreta quedó en su lugar. Subieron ese cajoncito y bajaron el otro, y los bueyes arrastraron sin dificultad la carreta. Cargaron nuevamente el segundo y nuevamente no había quien la moviera. Repetida la prueba, desapareció la dificultad. Abrieron entonces el cajón y encontraron la imagen de la Virgen Inmaculada que hoy se venera en Luján. Y en el territorio pampeano resonó una palabra que en siglos posteriores continuaría brotando de incontables corazones: ¡Milagro! ¡Milagro!



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